The bard's song will remain
Myself, three personalities on my own
dijous, 19 de juliol del 2012
No tenía cambio.
El límite era la orilla del río. El puente era una moneda. La compañía, un barquero. El destino, salir del mar de brumas.
Me hallé enfrentando realidad con ficción, dolor con llanto, lo que se sabe y lo que no se quiere saber.
No cesaba de mirar la moneda en mi mano. Fría, pesada, mate, traicionera.
La oscuridad que me rodeaba iba desapareciendo a medida que un pequeño farolillo, colgado del mascarón de proa de la barca, se iba acercando. Las brumas iban tomando forma, mis fantasmas se hacían cada vez más tangibles y menos aterradores.
Miré hacia abajo y vi el río. Todo eran arrepentimientos y sufrimientos, todo eran "ojalá ..." y " y si ..." y yo estaba sumergido en esa mugrienta agua hasta el cuello, quizá un poco más incluso. Brotaban palabras de la herida de mi pecho y todas ellas se diluían en semejante caldo de cultivo. Sólo aquellas que escribí tiempo atrás permanecieron inalterables; dentro de su sobre cerrado, en su velero de metal varado en tierra firme.
No cesaba de mirar la moneda en mi mano. Fría, pesada, mate, traicionera.
Llegó la barca a mi lado. El barquero alargó su esquelética mano hacia el principio de la pequeña pasarela que unía la barca con tierra. Mis fantasmas fueron pasando delante mio, cada uno entregando mi misma moneda, cada uno pagando su peaje para ir más allá del río.
Me quedé el último, nada quedaba en la orilla excepto yo. Por no quedar, no quedaba ni suelo, ¿lo había habido alguna vez?
No cesaba de mirar la moneda en mi mano. Fría, pesada, mate, traicionera.
Escuché una voz, un grito de lamento. Un desasosiego harto conocido. Ese que me ha perseguido toda la vida y creo qué siempre me perseguirá. Mi pequeño estigma.
Tendí la moneda al barquero.
No cesaba de mirar la moneda en mi mano. Fría, pesada, mate, traicionera.
Estoy cansado de la historia que se repite y cual imán atraigo lo que no puedo tener. Con un gesto de alzamiento de la cabeza el barquero me miro a los ojos y supe que algo no andaba bien.
No entendía que pasaba, porque el barquero no cogía la moneda y me franqueaba el paso.
En mi mano ya no sujetaba una moneda, era mi propio corazón. Frío, pesado, mate, traicionero pero que parecía que lentamente recuperaba su lento retumbar.
El barquero me lo dejó claro. Esa moneda no sirve para cruzar el río.
D.r.D
A ti, canto de sirena o faro en la oscuridad.
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